EL TORO COMO NACIÓN
2 de agosto: Un artículo de opinión de uno de los miembros de Entorno Escorial.
Lo peor de la reacción ante la prohibición de las corridas de toros en Cataluña es su exacerbación. La decisión del parlamento catalán, haciéndose eco de una iniciativa popular respaldada por cientos de miles de firmas, de prohibir estos espectáculos en una sola plaza de toros (la monumental de Barcelona), único lugar donde se ya celebran, debería haber pasado como una mera anécdota. Así ocurrió cuando este mismo decisión tuvo lugar en Canarias en 1991 por iniciativa del PP local (lo que no deja de tener su guasa), así debería ocurrir si este mismo hecho ocurriera en Asturias o Baleares, donde en el año 2009 se celebraron seis corridas, y no digamos en Galicia, donde se celebraron ocho en el conjunto de las cuatro provincias.
La “fiesta nacional”, como parte de la identidad nacional de este país llamado España, es una de las muchas farsas creadas por el nacionalismo que se supone español y que en realidad es básicamente refrito castellano-andaluz. Los datos proporcionados por el periódico La Vanguardia lo siguen confirmando: en las despobladas regiones de Castilla-León y Extremadura se celebraron respectivamente, en el año 2009, 327 y 284 corridas. En la superpoblada Comunidad Valenciana entre cuatro y cinco veces menos: 72. En Aragón 63. Por lo visto, estos españoles del norte y este peninsular son un poco traidorzuelos con respecto a lo nacional, aunque sea en su lado festivo.
Porque el problema de España es que aquí hay mucho español raro que empieza hablando “castellanos mal hablados” y acaba no yendo a los toros lo que podríamos considerar normal en “España” esa España entrecomillada con banderillas que poco tiene que ver con la España real. Aquí, la identidad nacional de algunos hace aguas según la meseta se quiebra en sus bordes norte y este. Lo ideal sería que ésta llegara hasta Port Bou o hasta el mismo dique del puerto de La Coruña, pero la geomorfología peninsular tiene estos caprichos y la cruda realidad es que ya por Soria este gran páramo empieza a descomponerse con sus dehesas toreras precipitándose, hacia abismos peligrosos e ineluctables.
En España no haría falta prohibir las corridas de toros. Simplemente, con no subvencionar este espectáculo, según diversas fuentes, se vendría abajo por sí sólo. Más de 500 millones de euros cada año es lo que las diferentes administraciones invierten en el mantenimiento del mundillo taurino. Las asociaciones anti-taurinas, que han conseguido acabar con la “fiesta” en Cataluña, recurren a la crueldad como argumento para su prohibición, pero la crueldad con los animales no es ni mucho menos una característica exclusiva de la tauromaquia. Mucho peor es la crueldad mantenida con los animales de granja o con especies asociadas al mundo de la caza, desde los galgos hasta las rapaces (alimañas) envenenadas o masacradas sin compasión. Si hay algo exclusivo de la fiesta nacional es su propia farsa, desde el supuesto toro de lidia, que no existe como raza —como cualquier zoólogo puede demostrar— hasta la supuesta valentía del torero, que no es sino cobardía de matar a un ser con recursos muy inferiores a los suyos. Incluso la “bravura” del toro es una especie de farsa. El Bos taurus es un animal herbívoro, más proclive a huir del enemigo que a atacarlo. Hay tratados pro-taurinos donde se define la bravura como un instinto de defensa (Ganaderos de Lidia Unidos). Y es que el toro, por muy bravo que sea, dista mucho de ser un astuto atacante, si lo fuera mínimamente las corridas no podrían existir, ya que éste no “embestiría”, sino que se abalanzaría directamente sobre el torero, como lo haría cualquier ágil felino.
Pero lo peor de todo, como se dijo al principio, de esta reacción ante la decisión prohibicionista es su exacerbación, la histeria cutre y casposa de siempre. Toda la perrera mediática ha lanzado estos días una campaña contra la democracia en Cataluña; contra la democracia, sí, pues lo que Cataluña ha dado al resto de España es, ante todo, una lección de democracia, aunque sea para prohibir algo. Es triste ver periódicos que pulverizan uno de los pilares básicos del periodismo —esto es— el contraste de opiniones, junto con las manipulaciones y mentiras a la que ya nos tienen demasiado acostumbrados. Es lamentable una campañita que causaría envidia a personajes como Goebels o el camboyano Pol Pot. Es vergonzoso cómo la defensa de España ha sido desde hace más de medio siglo, la defensa del odio. Ahora sabemos que los toros no son sólo un espectáculo, sino un valor patrio, una seña de identidad invulnerable de la casta española, una bandera que jurar, como esas que pintan la negra figura de piel toreada entre el rojo y el gualda; una marca metálica que interrumpe nuestros paisajes en las principales carreteras. En definitiva, una nueva forma de totalitarismo.
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